MIMO





Me hubiese encantado decirte
cuánto me habría gustado
bajar del vagón con tus versos entre mis dedos,
cuánto me habría alegrado
ayudarte a vivir de tu condición de poeta
y alimentarte,
bajo el costo mínimo de una moneda,
con la propia riqueza de tus sensaciones
contorneadas sobre una hoja
y disfrazadas de tinta.

Me hubiese encantado abrazarte
y felicitarte
por poder guardar herméticamente
tu frágil almita en el frasco de tus huesos,
y salir a la ciudad de los sueños rotos
a acribillar a balazos de belleza
a los pequeños cadáveres
que laten dentro de ese tren.

Me hubiese encantado mirarte
a los ojos
y leer esa sensibilidad extraviada
y diluida en el reflejo de los automóviles,
para decirte: “Yo también, Mimo,
vivo de ilusiones”.

Me hubiese encantado comprar
ese tesoro
y absorber esa locura
que depositaste sobre mi rodilla,
pero en mis bolsillos no había
más que llaves mal copiadas
y billetes de papel higiénico.
Entonces lo único que pude balbucear,
nerviosa y tartamudeando por sentirte tan cerca,
con la plena seguridad de arrepentirme para siempre,
fue un: “Muchas gracias,
pero ya me bajo”.
(2000)
(foto Corbis)

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