Ya me estaba costando distinguir el pasado del presente:
lo que había sido estaba siendo, y estaba siendo a mi alrededor,
y escribir era mi manera de golpear y de abrazar.(…)
Se lo comenté a don José Coronel Urtecho:
en este libro que estoy escribiendo, al revés y al derecho, a luz y a trasluz,
se mire como se mire, se me notan a simple vista mis broncas y mis amores.(…)
-No te preocupés- me dijo-. Así debe ser. Los que hacen de la objetividad
una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos,
para salvarse del dolor humano.
(de Eduardo Galeano)


Entonces tomo el lápiz y escribo. Involuntariamente. Por instinto de supervivencia. De conservación. De perpetuación. Para descargar lo que ya no me entra en el cuerpo.
Al principio cuesta mucho: luchar con la hoja en blanco, juntar las palabras precisas (que sean espejo de la emoción), encadenarlas y coserlas al papel. Pero después la mano se acostumbra al movimiento, el alma al sentimiento, y el renglón (impreso o invisible) al peso de la escritura. Y todo se sigue dando casi automáticamente. Como llevado a cabo por una fuerza extraña incontrolable que descarga su energía a través de mi brazo derecho. Y no me alcanza con una sola idea. Una imagen salva a otra y esa otra, a otra, y va siendo vomitado interminablemente todo lo que me completa. Hasta que es necesario interrumpir la catarsis y terminar de una vez por todas con el exorcismo.

Después de la tormenta vuelve la paz, el silencio y el aire.

Uno de mis maestros dice que escribir es su manera de golpear y de abrazar. La mía también.
De golpear y de abrazar.
De morir y de renacer.
Y de reír.
Y de pensar.
Y de llorar.
Y de gritar.
Y de soñar.
Y de protestar.
Y de amar.
Y de odiar.
Y de sufrir.
Y de gozar.
Y de mirar.
Y de sentir.
Y de vivir.
Y de decir.
Eso. Es mi manera de decir.

(abril.2003)
(foto Corbis)

No hay comentarios:

Publicar un comentario